La mascarilla, una barrera de comunicación para los sordos durante la pandemia

Por: Victor Cervantes
15 OCT, 2020

Dos mujeres con discapacidad auditiva narran cómo el coronavirus y el uso de la mascarilla agudizó sus problemas de comunicación con la población oyente, situación que padece medio millón de peruanos.

"Buenos días. Soy una persona sorda. ¿Podría bajarse la mascarilla, por favor? No puedo leerle los labios”, consulta de forma oral María Gracia Injoque, de 29 años, en una agencia bancaria de la capital, mientras guarda la esperanza de que quien está detrás del contador pueda acceder a su pedido.

Sin embargo, la trabajadora aprieta la mirada, un gesto que María Gracia, psicóloga de profesión, interpreta como duda. Intenta, a través de sus ojos, entender lo que le está diciendo bajo el cubreboca blanco, pero es en vano. Insiste en que no puede escucharla, pero el ciclo se repite.

Siente impotencia al no poder entablar una comunicación pero entiende que existe el temor a la COVID-19; por ello, opta por pedir a la funcionaria del banco que le escriba en un papel.

“Obviamente no todos pueden escribir porque a veces lo que te tienen que explicar es muy largo. Es una situación difícil”, narra María Gracia, quien fue diagnosticada con problemas auditivos a los 8 meses de nacida, pero quedó sumergida en el silencio absoluto hace un año.

Sin embargo, a raíz de lo vivido en la agencia bancaria, la psicóloga decidió no salir de su casa sin la compañía de su madre o su esposo, situación que ella califica como “pérdida de independencia”, en referencia a cómo la disposición del Gobierno para que todos usen obligatoriamente la mascarilla como medida de seguridad frente a la propagación de la COVID-19 ha agudizado la barrera de comunicación que ya afectaba a la comunidad sorda.

Aumento de estrés

Un caso similar vive Mary Sáenz, de 44 años, quien nació con una condición degenerativa de audición.

Ella cuenta que entendió, desde el inicio de la emergencia, que la mascarilla sería un impedimento para comunicarse. Por ello, empezó a anotar en una libreta las frases que usaba regularmente para que la atiendan en algún establecimiento. “Soy una persona sorda”, “no entiendo lo que dice”, “gracias”, entre otras.

Pese a ello, todavía encuentra dificultad en ciertas ocasiones para entregar su libreta, ya que, relata, quienes atienden no reciben los papeles que llevan los clientes “por miedo a que le contagien el coronavirus”.

“Hace dos meses me mordió un perro en la mano. Tenía que ir al hospital para que me pongan puntos. Fue muy difícil, porque tenía que pasar una serie de filtros para ingresar. Explicar, usando mi libreta, a uno y a otro que no escucho. Este tipo de cosas se repite constantemente a todo sitio a donde uno va. (...) Ya era estresante salir antes de la pandemia. Ahora el estrés emocional es mucho más alto”, agrega.

Barrera que protege y excluye

Ambas historias no son aisladas. Estas situaciones las padecen, actualmente, un número indeterminado de personas en el país. ¿Por qué está indeterminado? Porque la última data relativamente certera que tenemos se remonta al 2012, en que la Encuesta Nacional Especializada sobre Discapacidad (Enedis) arrojó que 532.209 personas reportaron tener dificultad para escuchar o no escuchaban. En el mundo, según la Federación Mundial de Sordos, son aproximadamente 72 millones.

Las cifras más actuales y que, por lo tanto, deberían ser las usadas, son las obtenidas en el censo del 2017, estudio que señaló que solo había en el Perú 243.486 personas con dificultad para oír.

En opinión de la presidenta de la Fundación Personas Sordas del Perú, Susana Stiglich, la cifra de personas con discapacidad auditiva del último censo está mal, debido a que hubo un error en las preguntas y que no se capacitó adecuadamente a los encuestadores, a diferencia del mencionado estudio del 2012, que fue especializado.

“La del 2012 es una encuesta especializada. Tomaron especial cuidado con la pregunta y capacitaron a los encuestadores en cómo preguntar sobre discapacidad”, explicó.

De acuerdo a ambos estudios, el número de personas sordas se redujo en 288723 en cinco años.

No obstante, si bien las cifras actuales de personas con discapacidad auditiva en el país son desconocidas, se sabe que existe un creciente número de quienes usan la lengua de señas para comunicarse, mientras que otro significativo grupo lo hace a través de la oralización y la lectura de labios.

Las protagonistas de este informe son personas que perdieron la audición gradualmente, pero que sí aprendieron a verbalizar, por lo que se les hace más fácil la lectura de labios que la comunicación mediante la lengua de señas, idioma que no dominan.

Sin embargo, quienes sí lo usan también encuentran limitada su capacidad de expresarse por el uso de la mascarilla ordinaria. Pamela Molina, especialista en Discapacidad de la Organización de Estados Americanos (OEA), afirma que a pesar de que lo evidente sea el movimiento de las manos, este idioma tiene una gramática visual-gestual y espacial.

“La expresión facial también forma parte de la gramática de la lengua de señas, patrimonio de las comunidades de personas sordas, y esta se ve obstaculizada por el uso de la mascarilla no transparente”, argumenta la experta, chilena de nacimiento y sorda desde los 13 años.

Existe un creciente número de quienes usan la lengua de señas para comunicarse, mientras que otro significativo grupo lo hace a través de la oralización y la lectura de labios.

La ventana de la barrera

Sabemos que no hay una vacuna contra la COVID-19.También sabemos, de acuerdo a opiniones de especialistas en la materia, que la enfermedad “llegó para quedarse”. Esto implica que debemos “aprender a vivir con el virus”. Pero se abre una gran interrogante en la comunidad sorda: ¿deben aprender a convivir con mascarillas no transparentes?

Ante la impotencia de no poder comunicarse, surge una respuesta: personas sordas de todo el mundo han elaborado, en el último medio año, diferentes modelos de mascarillas que solo cubren la boca con un plástico transparente, lo que permite la lectura de labios.

María Gracia Injoque es una de ellas. Agotada por no poderse comunicar con quienes brindan atención al público, a inicios de setiembre, lanzó Visual Mask, emprendimiento con el que difunde una mascarilla que exhibe la boca.

Su producto, asegura, es confeccionado con tela de algodón al 100%, en cumplimiento de la resolución N° 135-2020, con la que el Ministerio de Salud (Minsa) dispuso, en marzo último, la elaboración de mascarillas faciales de uso comunitario. El plástico transparente que usa es de 120 micras.

“Lejos del emprendimiento, la idea de las mascarillas de este tipo es promover que el Gobierno y las empresas que tengan atención al cliente las usen. Me he comunicado siempre de forma verbal. No todos los sordos hablan a través de las señas, pero la mayoría sabe leer los labios”, argumenta.

En los meses que va de la pandemia, el gobierno de Martín Vizcarra no se ha referido sobre la situación que viven las personas sordas en el territorio nacional ni tampoco dispuso la confección de mascarillas con transparencia.

Al respecto, quien hasta el martes 29 de setiembre fuera directora de Políticas en Discapacidad del Consejo Nacional para la Integración de la Persona con Discapacidad (Conadis), Laura Ruiz, reconoció que el uso de la mascarilla es “un desafío o una barrera” de comunicación para la comunidad sorda. También mencionó que se debe asegurar que los tapabocas transparentes cumplan con la protección frente al coronavirus.

La lengua de señas es un idioma nativo de cada país, que cada vez es usado por más personas sordas, usuarios de una comunicación esencialmente visual, no oral ni auditiva

“Hay algunas cuestiones que deberían verse con el sector Salud para determinar qué especificaciones técnicas son las adecuadas para que estas mascarillas puedan servir para las dos condiciones: protección y lectura de labios”, explicó.

Pero el problema no es propio del Perú, ocurre en casi todos los países.

En el último mes también se conoció el caso del sordo español Marcos Lechet, quien, hasta el momento, ha reunido 100.000 firmas en Change.org para pedir al Ministerio de Sanidad de su país que homologue este tipo de cubrebocas.

“Una mascarilla homologada es una que debe haber pasado por todos los controles de seguridad que protegen de la COVID-19. Eso corresponde al ministerio. Debe tener un listado de mascarillas transparentes, no solo higiénicas sino también quirúrgicas, seguras, que no se empañen ni produzcan calor ni interfieran a los audífonos ni implantes”, especificó.

Días después de contar a este medio sobre su lucha, el titular del Ministerio de Sanidad de España, Salvador Illa, declaró que “será cuestión de días” para que la homologación de este tipo de mascarillas se efectúe.

La mascarilla no debe ser excusa para no incluir intérpretes y no promover el uso de la lengua de señas

Sin embargo, el problema no concluiría con una disposición gubernamental sobre las mascarillas transparentes. Así lo advierte Pamela Molina, quien desde la OEA enfatiza que, si bien se debe masificar el uso de ese tipo de cubrebocas de protección, esto no puede hacerse solamente bajo el argumento de la inclusión.

“Hacer eso sería una visión ‘audista’ u ‘oyentista’ de las necesidades de inclusión de las personas sordas en una sociedad mayoritariamente oyente”, sustenta. Lo que se dejaría de lado, de acuerdo a su explicación, es la lengua de señas, idioma nativo de cada país que cada vez es más usado por más personas sordas, usuarios de una comunicación esencialmente visual, no oral ni auditiva.

“Apoyo la mascarilla transparente sobre la base de que la expresión facial es parte de la gramática de la lengua de señas. Personas sordas signantes han demostrado que se pueden comunicar con personas que usan mascarillas no transparentes cuando estas usan señas”, continúa.

La lengua de señas peruana está reconocida oficialmente en la Ley N° 29535, que dispone que toda institución pública o privada que brinda servicio a la ciudadanía cuente con intérpretes de este idioma, sin embargo, ¿cumplen las entidades con esta disposición?

Según información del Conadis, entre abril de este año y el pasado 25 de setiembre, 1.438 personas sordas lograron atenderse en diferentes entidades gracias al servicio remoto de intérpretes de lengua de señas que brinda la Plataforma de Atención Virtual, cuyo uso fue dispuesto por el Gobierno para el tiempo que dure la emergencia sanitaria.

A golpe de vista, pareciera una cifra algo llamativa. Sin embargo, representa tan solo el 0.27% del total que respondió en 2012 tener una discapacidad auditiva. Es casi uno por cada 370 encuestados de aquel entonces.

Al respecto, Pamela Molina cuestiona que la responsabilidad de la inclusión social no debería recaer en los hombros de las personas sordas, situación que se daría si se pretende disponer el uso de una mascarilla con transparencia como excusa para no implementar el servicio de los intérpretes de lengua de señas y forzar a los sordos a oralizar.

“Hagamos las mascarillas accesibles y asequibles para todas las personas en igualdad de condiciones, pero hagámosla por los motivos correctos, sin usarla como excusa para no incluir intérpretes y usuarios de la lengua de señas en los hospitales, clínicas, salas de emergencias, escuelas, y otros lugares de atención al público”, sentencia.